lunes, 10 de octubre de 2016

Hace 10 años: Inauguración de El Pueblo y El Guayacán. Museo de Antioquia. Medellín, julio 25 de 2006

Un regalo de amor (Hace 10 años)
Buenas Noches. Me siento muy honrada y contenta de compartir con ustedes este acontecimiento tan especial de acompañar a Ethel en la inauguración de  su “Pueblo y el Guayacán”. Como esta conversación es entre todos, los invito para que se animen a tomar ustedes también la palabra. Pues nosotros somos hoy, los grandes regalados.
Cuando se le pregunta a Ethel sobre esta instalación, ella  responde que se trata de un cuento, que lo que ella está haciendo, es contándonos un cuento. Así que me pongo a pensar sobre los cuentos y creo que en realidad hay muchas coincidencias entre lo que ella nos propone con “El Pueblo y el Guayacán” y los cuentos tradicionales, que en algún momento de nuestras vidas nos acompañaron. Podemos hacer algunas asociaciones.
El lenguaje de Ethel, por ejemplo, como el de los cuentos, está hecho a la medida de cada uno, porque ella no le exige nada a nadie y, por el contrario, acoge a cada uno en una complicidad tan descomplicada que desarma cualquier secreto, cualquier resistencia.  Su lenguaje es sencillo, directo y comprensible para todos, como el de los cuentos. Es un lenguaje amplio, en el que caben muchas cosas, desde lo más banal y terrenal hasta lo más sublime, desde lo más hermoso y tierno hasta lo más feo y terrible, desde lo más espontáneo hasta lo más pautado,  desde lo que nos une hasta lo que nos separa, como sucede en la vida misma. Y así como los cuentos tradicionales, los suyos nos llevan en travesías por entre estas tensiones.
Con su lenguaje, Ethel describe con picardía, ingenio y humor las cosas del mundo que la conmueven, pero también, a través de ellas, como en los cuentos,  nos lleva de la mano a un sentido mas amplio, si se quiere trascendente, que da luces sobre estas tensiones, las mismas que han preocupado a hombres y mujeres de todos los tiempos, pero también de los problemas más concretos de nuestro país y de nuestra época.
Por esa razón, Lewis Carroll decía que los cuentos son “un regalo de amor”, porque en ellos el lector, como el protagonista, tenía la seguridad de que, a pesar de las pruebas difíciles, encontraría el valor suficiente, la confianza y la astucia necesaria para salir victorioso. En los cuentos, pues, como en la obra de Ethel, también hay una promesa de felicidad y una esperanza…
Y el Guayacan para ella se ha convertido en ese símbolo de la esperanza, en la encarnación de la belleza y de la trascendencia de nuestra pequeñez…
“El Pueblo y el Guayacán” es un nombre, como el de los cuentos, construido con términos amplios, de modo que se ajuste a nuestra medida y a nuestra propia memoria. El pueblo de Ethel es cualquier pueblo a la vez, o la suma de muchos pueblos, al fin y al cabo, dice ella, todos llevamos un pueblo en la memoria. Se trata de un pueblo tranquilo entre las montañas, donde choca el viento frío y las nubes corren como si tuvieran prisa, donde todo sirve para sembrar geranios, donde los perros duermen una siesta permanente, porque ya se conocen la rutina y las mulas esperan a sus amos mientras les guardan sus secretos, donde las iglesias parecen pasteles y los comerciantes exhiben cachivaches increíbles traídos de no se donde, un pueblo tranquilo donde hay un guayacán florecido, al que , al final del dia,  acuden los viejitos, dice Ethel, para descansar y regocijarse con tanta belleza.
Pueblo y guayacán han formado aquí un “santuario” donde se trasfiguran todas las fatigas y todas las ausencias para convertirse en gozo y alegría.
 “El pueblo y el Guayacán” también lo podemos considerar como un  “regalo de amor”. Y yo diría que en él se encuentra contenida toda la obra de Ethel, así como en un pesebre, grande o pequeño, de plastilina o de madera, se encuentra contenido aquel establo de Belén, o como la navidad está presente en aquellos escenarios de invierno en miniatura que caben en una burbuja de cristal, y que con solo moverlos comienza a nevar, o como aquellas teatrillos que dándoles cuerda se activan sus movimientos al ritmo de una melodía, así, en este instalación esta contenida su obra. Están sus primeros paisajes figurativos de los años setenta, las materas florecidas, sus pueblos queridos, sus sillas, sus perros, el pajarito en el cable de la luz, etc…toda su obra esta aquí contenida y ella también esta presenta, ahí están sus zapatos, esta su chal… Es que aquí  hay contenida “mucha memoria”, dice ella.
Esta instalación fue un proyecto que ella imaginó hace ya algún tiempo y que fue haciendo realidad con todo el cariño, cuidado, dedicación y amor que ella suele imprimirle a cada cosa que hace. En ese proceso fue encontrándose con distintas personas a medida que exploraba los medios más apropiados para hacer realidad aquello que ella había imaginado:  Libardo Ruiz y la gente de su taller le ayudaron a abrir el pedacito de cielo en el museo, para hacer esta pequeña Capilla Sixtina, Carlos Zapata y Juan David Vélez, le ayudaron en el computador a juntar una flor tras otra, hasta que llegara por fin la “primavera de oro” (así le llamaba Rómulo Gallego a la florescencia del guayacán, que es un árbol nativo de centro América y de los países del norte de Suramérica, y además es el árbol nacional de Venezuela). Y también el carpintero hizo lo suyo y el equipo del Museo puso todo a punto para que nosotros celebráramos con Ethel este momento especial. 
Los invito pues a compartir este encuentro con la generosidad de Ethel y la gratuidad de la vida … Recuerden que esta conversación es entre todos, entonces los invito para se animen a tomar la palabra y a participar en esta celebración que es también de todos.
Por ultimo, les leo unos fragmentos del poema de Herman Hesse que se llama “El árbol es quien es” y que a Ethel tanto le gusta: “Los árboles, dice Hesse, son santuarios; quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharlos aprende una verdad. No predican doctrinas ni recetas: predican, indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.
Fotografía: Carolina Villegas
 Un árbol dice: "En mí se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna". Otro árbol dice: "Mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de los miles de retoños que todos los años provienen de mí. Vivo hasta el fin el secreto de mi semilla.
No tengo otra preocupación. Confío en que mi tarea es sagrada, y vivo de esa confianza".
Quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya no desea ser un árbol, no desea ser más que lo que es.
Hermann Hesse.


Medellín, julio 25 de 2006

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