Un regalo de amor (Hace 10 años)
Buenas Noches. Me siento muy honrada y contenta de compartir con ustedes
este acontecimiento tan especial de acompañar a Ethel en la inauguración
de su “Pueblo y el Guayacán”. Como esta
conversación es entre todos, los invito para que se animen a tomar ustedes
también la palabra. Pues nosotros somos hoy, los grandes regalados.
Cuando se le pregunta a Ethel sobre esta instalación, ella responde que se trata de un cuento, que lo que
ella está haciendo, es contándonos un cuento. Así que me pongo a pensar sobre los
cuentos y creo que en realidad hay muchas coincidencias entre lo que ella nos
propone con “El Pueblo y el Guayacán” y los cuentos tradicionales, que en algún
momento de nuestras vidas nos acompañaron. Podemos hacer algunas asociaciones.
El lenguaje de Ethel, por ejemplo, como el de los cuentos, está hecho a la
medida de cada uno, porque ella no le exige nada a nadie y, por el contrario,
acoge a cada uno en una complicidad tan descomplicada que desarma cualquier
secreto, cualquier resistencia. Su
lenguaje es sencillo, directo y comprensible para todos, como el de los cuentos.
Es un lenguaje amplio, en el que caben muchas cosas, desde lo más banal y
terrenal hasta lo más sublime, desde lo más hermoso y tierno hasta lo más feo y
terrible, desde lo más espontáneo hasta lo más pautado, desde lo que nos une hasta lo que nos separa,
como sucede en la vida misma. Y así como los cuentos tradicionales, los suyos nos
llevan en travesías por entre estas tensiones.
Con su lenguaje, Ethel describe con picardía, ingenio y humor las cosas del
mundo que la conmueven, pero también, a través de ellas, como en los cuentos, nos lleva de la mano a un sentido mas amplio,
si se quiere trascendente, que da luces sobre estas tensiones, las mismas que
han preocupado a hombres y mujeres de todos los tiempos, pero también de los
problemas más concretos de nuestro país y de nuestra época.
Por esa razón, Lewis Carroll decía que los cuentos son “un regalo de amor”,
porque en ellos el lector, como el protagonista, tenía la seguridad de que, a
pesar de las pruebas difíciles, encontraría el valor suficiente, la confianza y
la astucia necesaria para salir victorioso. En los cuentos, pues, como en la
obra de Ethel, también hay una promesa de felicidad y una esperanza…
Y el Guayacan para ella se ha convertido en ese símbolo de la esperanza, en
la encarnación de la belleza y de la trascendencia de nuestra pequeñez…
“El Pueblo y el Guayacán” es un nombre, como el de los cuentos, construido
con términos amplios, de modo que se ajuste a nuestra medida y a nuestra propia
memoria. El pueblo de Ethel es cualquier pueblo a la vez, o la suma de muchos
pueblos, al fin y al cabo, dice ella, todos llevamos un pueblo en la memoria. Se
trata de un pueblo tranquilo entre las montañas, donde choca el viento frío y
las nubes corren como si tuvieran prisa, donde todo sirve para sembrar geranios,
donde los perros duermen una siesta permanente, porque ya se conocen la rutina
y las mulas esperan a sus amos mientras les guardan sus secretos, donde las
iglesias parecen pasteles y los comerciantes exhiben cachivaches increíbles
traídos de no se donde, un pueblo tranquilo donde hay un guayacán florecido, al
que , al final del dia, acuden los
viejitos, dice Ethel, para descansar y regocijarse con tanta belleza.
Pueblo y guayacán han formado aquí un “santuario” donde se trasfiguran todas
las fatigas y todas las ausencias para convertirse en gozo y alegría.
“El pueblo y el Guayacán” también lo
podemos considerar como un “regalo de
amor”. Y yo diría que en él se encuentra contenida toda la obra de Ethel, así como
en un pesebre, grande o pequeño, de plastilina o de madera, se encuentra contenido
aquel establo de Belén, o como la navidad está presente en aquellos escenarios de
invierno en miniatura que caben en una burbuja de cristal, y que con solo
moverlos comienza a nevar, o como aquellas teatrillos que dándoles cuerda se
activan sus movimientos al ritmo de una melodía, así, en este instalación esta
contenida su obra. Están sus primeros paisajes figurativos de los años setenta,
las materas florecidas, sus pueblos queridos, sus sillas, sus perros, el
pajarito en el cable de la luz, etc…toda su obra esta aquí contenida y ella
también esta presenta, ahí están sus zapatos, esta su chal… Es que aquí hay contenida “mucha memoria”, dice ella.
Esta instalación fue un proyecto que ella imaginó hace ya algún tiempo y
que fue haciendo realidad con todo el cariño, cuidado, dedicación y amor que
ella suele imprimirle a cada cosa que hace. En ese proceso fue encontrándose
con distintas personas a medida que exploraba los medios más apropiados para
hacer realidad aquello que ella había imaginado: Libardo Ruiz y la gente de su taller le
ayudaron a abrir el pedacito de cielo en el museo, para hacer esta pequeña
Capilla Sixtina, Carlos Zapata y Juan David Vélez, le ayudaron en el computador
a juntar una flor tras otra, hasta que llegara por fin la “primavera de oro”
(así le llamaba Rómulo Gallego a la florescencia del guayacán, que es un árbol
nativo de centro América y de los países del norte de Suramérica, y además es
el árbol nacional de Venezuela). Y también el carpintero hizo lo suyo y el
equipo del Museo puso todo a punto para que nosotros celebráramos con Ethel
este momento especial.
Los invito pues a compartir este encuentro con la generosidad de Ethel y la
gratuidad de la vida … Recuerden que esta conversación es entre todos, entonces
los invito para se animen a tomar la palabra y a participar en esta celebración
que es también de todos.
Por ultimo, les leo unos fragmentos del poema de Herman Hesse que se llama
“El árbol es quien es” y que a Ethel tanto le gusta: “Los árboles, dice Hesse,
son santuarios; quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharlos aprende una
verdad. No predican doctrinas ni recetas: predican, indiferentes al detalle, la
ley primitiva de la vida.
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Fotografía: Carolina Villegas |
No tengo otra preocupación. Confío en que mi tarea es sagrada, y vivo de
esa confianza".
Quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya no desea ser un árbol, no desea ser más que lo que es.
Quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya no desea ser un árbol, no desea ser más que lo que es.
Hermann Hesse.
Medellín, julio 25 de 2006
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